Vulnerabilidad: del latín vulnerabilis, compuesta por vulnus (que signigica herida) y el sufijo abilis (que significa posibilidad). Etimológicamente, por tanto, vulnerabilidad significa una mayor posibilidad de resultar herido. Riesgo, podríamos deducir. Y entonces… ¿Cómo podemos afirmar que el hecho de que un líder se muestre vulnerable conlleve algo positivo? Vamos a ver cómo los líderes que asumen ser vulnerables son líderes auténticos capaces de conectar en profundidad con sus colaboradores y propiciar contextos positivos que, finalmente, ofrecen casi siempre beneficios.
Quien no arriesga no gana ¿eso dicen, no? Pues bien, parece fácil deducir que, en nuestro actual contexto social y laboral, mostrarse vulnerable no parece, en principio, una opción muy seductora, bajo la premisa de que exponer las propias flaquezas nos convertirá, con seguridad aterradora, en un blanco fácil para las críticas y los ataques.
Vamos a tratar de desmontar esta creencia, aportando algunos argumentos que afiancen la idea de que, para un líder, para una persona que dirige equipos -personas- mostrarse vulnerable no tiene que representar, en absoluto, ningún problema. Más bien al contrario: le convertirá en un líder realmente auténtico que no dirige desde la imposición y el falso perfeccionismo sino que afronta el riesgo como una oportunidad, convierte en fortalezas sus debilidades y puede llegar a ser un valioso gestor emocional para su equipo.
Parece obvio que crecer como líder significa también crecer como persona y, en este sentido, el reconocimiento de la propia vulnerabilidad es uno de esos llamados pasos de gigante. Los líderes que asumen ser vulnerables son líderes que asumen que equivocarse es parte del aprendizaje, que no temen mostrar sus emociones y transmitir, con ello, confianza a su equipo.
Un líder que es capaz de reconocer sus propios errores se convierte en una persona más auténtica que logra establecer vínculos de valor y profundos con sus colaboradores. En realidad, todos sabemos que la perfección no existe. No existe la persona perfecta, no existe el líder perfecto. Conectamos, por tanto, más fácilmente con quien es capaz de mostrar sus debilidades. Y esto, en el contexto del trabajo en equipo, constituye un factor determinante.
Brené Brown, académica e investigadora estadounidense, en su libro Los dones de la imperfección, cita que “la autenticidad es la práctica diaria de liberarnos de lo que creemos que deberíamos ser y abrazar, en cambio, lo que realmente somos”.
El liderazgo ejercido desde la imposición y la superioridad ha quedado actualmente obsoleto y se ha desvelado inútil. Un líder revestido de corazas autoimpuestas aparece falso e incompleto ante los demás y, muy importante, se sitúa en una posición de negación y resistencia al cambio porque se siente inmejorable.
Los líderes vulnerables -los auténticos, los que tienen los pies en la tierra- son conscientes de que, dentro de un equipo, la fuerza proviene sobre todo de la habilidad colectiva para planificar, comunicar y trabajar en conjunto, no del individualismo.
Según el experto en liderazgo y vulnerabilidad en los equipos de trabajo Mike Robbins, los integrantes de un grupo precisan en gran medida seguridad psicológica y que se les brinde la posibilidad de asumir riesgos sin tener por ello que sentir vergüenza o inseguridad. Y esto sólo puede ofrecerlo un líder que, desde el reconocimiento de su propia vulnerabilidad, es capaz de dar a sus colaboradores la opción de poder equivocarse y aprender. Porque él también lo hace.
Brown habló de cuatro mitos acerca de la vulnerabilidad de un líder. Vamos a ver cuáles son:
- La vulnerabilidad es debilidad. Muy al contrario, según esta autora, la vulnerabilidad está detrás, casi siempre, de cada acción de coraje y valor y la vulnerabilidad “no es debilidad en absoluto, sino nuestra medida más absoluta del coraje”.
- Salir de la vulnerabilidad es una buena opción. Según Brown, la negativa a tener un sentimiento de vulnerabilidad conduce a tomar decisiones erróneas. Un líder efectivo no debe ocultar la realidad a la que se enfrenta cada día con sus colaboradores o la situación de su organización. “Ser empresario o un nuevo emprendedor es sentirse vulnerable todos los días”, concluye.
- Vulnerabilidad significa dejar que las cosas ocurran. Mostrarse vulnerable significa tomar conciencia de las propias limitaciones; sin embargo, no debe inhibirnos de tener valor y coraje ni debe impedir tomar las decisiones necesarias en el momento preciso.
- Puedo hacerlo solo. Como señala Brown, somos proclives a pensar que somos capaces de hacer todo por nosotros mismos. Así, explica que el grado de disposición de los miembros de una organización para mostrarse vulnerables puede deducirse del tipo de lenguaje que emplean en sus relaciones interpersonales. Expresiones como “gracias”, “¿puedes ayudarme con esto?” o “¿estás dispuesto a dar un impulso a este tema?” serían indicativas de una cierta vulnerabilidad que no resta valor en absoluto, sino que, muy al contrario, nos hace más humanos.
Como conclusión y a modo de resumen de las ventajas de que un líder se muestre vulnerable, podemos decir que mostrar la propia vulnerabilidad está muy relacionado con la gestión personal de la propia persona y con asumir que, a partir de la propia imperfección, se está abierto y dispuesto para el aprendizaje.
Estar en disposición de aprender precisa aceptar que no se es lo suficientemente bueno. Percibirte el líder perfecto te blinda al aprendizaje y la mejora, dos premisas imprescindibles para avanzar de manera efectiva. No parece muy factible la mejora desde la comodidad y la autocomplacencia.
Por otra parte, la vulnerabilidad de un líder nos habla de su capacidad para conectarse con éxito con sus colaboradores. Un líder que se muestra vulnerable permite que las otras personas le vean en profundidad.
Un líder capaz de conectarse con su equipo de forma auténtica es aquel que, desde la autenticidad, deja de hacer lo que debe para hacer lo que desea; aquel que es capaz de tratarse a sí mismo con amabilidad y aquel que se reconoce imperfecto.
Un riesgo…puede ser. ¿Pero quién gana si nunca arriesga?